miércoles, 11 de diciembre de 2013

Herencia

Foto: E. Fernández
Cuando  los grises repartían ostias  por la calle para alimentar  el silencio que rugía en los estómagos, mis abuelos compartían una casa con otras familias y elaboraban el menú a base de racionamiento y cartillas en blanco y negro.
 La gente se mantenía  con una sopa de piedra  y se calentaban alrededor de  las historias que servían de entremeses como  guarnición  sin colorantes  de la vida.

Vivir era    cogerse de  las manos vacías para compartir  los sueños.  Ahora que todo es pálido y los colores se desgatan con tijeras,  mis manos son la única herencia que me permiten recordar que estamos juntos.