jueves, 1 de julio de 2010

La canción de Dorotea




Acabo de terminar de leer ‘La canción de Dorotea’ de Rosa Regás, no había leído nada de esta escritora, pero hace unos años cuando salió publicada tuve la oportunidad de escucharla mientras hablaba de su novela y desde entonces tuve curiosidad por leerla. La protagonista es Adelita, una empleada de hogar que al principio parece la ‘chacha’ perfecta, y que la escritora va descubriendo a medida que pasan las páginas la intensa vida que lleva su mujer de la limpieza, que no es otra cosa que sujetarse a la vida como una araña tejiendo su propia tela.

Siempre llama mi atención en literatura como son tratadas estas mujeres que al fin y al cabo hacen un trabajo infravalorado, mal remunerado, y en muchos casos con historias de todo tipo guardadas en la profunda intimidad.

Yo he sido (aún soy) una de esas chicas que trabajaba en una casa, cada día debía de coger un autobús, y para no aburrirme siempre llevaba algo que leer. Un día me llevé ‘Un corazón simple’ de Flaubert, una novela pequeña, la protagonista, Felicité, entra a servir en una modesta casa, en la que apenas le dan sustento y alojamiento a cambio de trabajar muy duro. Ella siempre silenciosa, siempre dispuesta, trabaja sin parar. En un lugar de la historia la señora de la casa piensa que los sentimientos de la criada por falta de noticias de su sobrino, muy querido para ella, no se pueden comparar con los sentimientos de ella hacia la falta de noticias de su hija, en el caso de Felicité su sobrino es un pelagatos, en el caso de la señora, su hija es una señorita y no hay comparación. A través de toda la historia, esta criada sigue fiel a su ama, a pesar de que ésta tiene muy mal carácter. En algunos momentos que por entonces viví en aquella casa, me sentí como Felicité, pasaba a ser un elemento más del mobiliario. Las ordenes y sugerencias me las dejaban por escrito, todo se basaba en la mínima comunicación. Tal vez mi juventud me impidió ver cuál era mi papel en este escenario, pero cuando leí está novela, asumí por completo mi guión y me negué a aceptarlo.

El año pasado leí ‘La elegancia del erizo’ de la escritora francesa Muriel Barbery, aquí, una de las protagonistas es Renée, la portera de un edificio de clase media-alta que mantiene amistad con Paloma, una niña que habla de la vida y que tiene la intención de suicidarse cuando cumpla 12 años. Renée es una mujer culta, ha leído muchos libros y le encanta la literatura, pero como es una portera piensa que debe representar el papel que todo el mundo le asigna, es decir, una mujer de escasa cultura, pocos modales y que ocupa su tiempo viendo la televisión. Es por eso que la tele está a todas horas funcionando, en cambio, ella tiene una pequeña biblioteca en el interior donde va a leer con su gato León.

Aquí donde las etiquetas se colocan para economizar las emociones, para gestionar lo desconocido y para delimitar campos de actuación sobre el reparto de guiones. Sí, aquella señora me miró extrañada cuando vio un libro de poesía en mi bolso barato y se sorprendió verme escuchando música clásica, cuando según ella debía llevar como mucho una revista de cotilleo y que escuchara el grupo ‘Camela’. Así que, si me dedico a fregar suelos y azulejos o a limpiar lo que haga falta, debo de meterme en mi papel, un papel secundario que apenas debería tener alguna frase esporádica o en muchos casos ni eso, con formar parte del relleno es suficiente.

A mí no me pagan por pensar, lo que ocurre es, que pienso en lo poco productivo que resulta el trabajo doméstico, en que la mayoría responde a un patrón femenino y cuando no es un trabajo voluntario (obligatorio) en casa, y se ha de remunerar, este trabajo legalmente no existe porque no se cotiza.

Una mujer podría estar toda una vida trabajando en la economía sumergida y en su vejez no habría producido nada, no le correspondería nada, a no ser que tuviera la suerte de alguna pensión no contributiva.

Pero volviendo al libro que acabo de terminar de leer, no es un libro que me haya fascinado especialmente, en todo caso me ha intrigado las correrías de Adelita o la canción de Dorotea, esa canción que cada cual canta a su manera, y en muchos casos cantamos la canción equivocada, pero si se lleva mucho tiempo escuchando la misma, posiblemente sea la nuestra sin darnos cuenta. Yo podría cantar varias canciones, a la vez, pero sólo me pagarían por cantar una, así que vivo ensayando entre bastidores.

8 comentarios:

emejota dijo...

Bueníiiisimo. Me gustan mucho las personas valientes, como tu. Además, seguramente debido a la ubicación de mi sra. luna, puedo afirmar que me gustan las labores domésticas, especialmente fregar. Es la segunda acepción del término "frieguipatética". No me importaría trabajar en el sector de la limpieza, pues resulta un pequeño placer personal sacar la belleza de lo que se encuentra oculto bajo una o varias capas de "digamos polvo", para simplificar.
Me parece que eso es precisamente lo que sigues haciendo con tu persona, y se ve que con muy buen resultado. La prueba: ese final de post. Un fuerte abrazo.

Ramirator dijo...

Mi mujer trabaja en un hospital. La pregunta resulta obvia;
- ¿Eres emfermera?
- No, soy limpiadora, el motor de la fregona.

Un abrazo. Un placer leerte.

El antifaz dijo...

¿a que trabajar cantando parece que no es trabajar?
Cantas muy bien.

Besos.

Encarni dijo...

Emejota, no sé si tiene que ver que de niña me sintiera identificada con la Cenicienta, no en que me rescatara un principe azul, sino en la posición en la que se encontraba en el cuento. En fin, a mi también se me han ocurrido cosas mientras fregoteaba, para reflexionar viene bien planchar, pero ahora con el calor... ufff.. reflexiono poco, pero plancho, ¿eh? para que no se diga.

Un abrazo.

Encarni dijo...

Juda,ja,ja que razón tiene tu mujer con lo del motor de la fregona, pero, además es un motor en sí misma, seguro.

Un abrazo.

Encarni dijo...

Antifaz, lo cierto es que cantando se lleva mejor el trabajo, yo más que cantar escucho la radio, y muchas veces acabo con la cabeza hecha un lío.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

“Los verdaderos amantes me enseñaron que la pasión no sabe de credos. Hay que evocar los recuerdos de las alegrías o tristezas a través de la imaginación creadora, esa maldita. Lástima del escritor que carezca de ella. La escritura que seduce lleva el secreto en su encanto o en su abandono. Y contra los que se irritan con nuestra escritura, los que no nos dejaron crecer de forma natural, porque son unos necios, nos secuestraron nuestra infancia, nuestra juventud y toda nuestra vida, nuestra revancha será vencer con la creatividad los malos tiempos que nos hicieron vivir”.

Mohamed Chukri. Rostros, amores, maldiciones. Madrid. Debate. 2002.

Encarni dijo...

Gracias anónimo por tu sugerencia, he estado mirando en google sobre este libro y tiene muy buena pinta. Lo he estado buscando en las bibliotecas pero no lo he encontrado, así que lo pediré. De todos estoy leyendo algo que tenía pendiente y que con los estudios no he tenido tiempo.
Que pasés un buen verano.