sábado, 19 de septiembre de 2009

EL ABANICO DE ANA


La lluvia apura el otoño en la hoja del calendario. Debo guardar el abanico que me regaló Ana, cuando esa mañana me faltaba el aire y además me pagó el billete para mi examen. Debieron ser los nervios, o la mala noche que pasé con aquel mosquito trompetero que no dejaba de zumbar en mis oídos lo que hizo que tal vez al ponerse en marcha el autobús sintiera un tremendo calor seguido de un mareo, entonces Ana sacó el abanico, lo desplegó y me lo ofreció para refrescar el aire que yo sentía viciado. La voz de Ana podía tener una edad indefinida al igual que su mirada, aunque ella dijo pasar de los setenta años, en aquel momento para mí, no importaba.

El abanico de color azul representaba la nostalgia de Ana por un pasado remoto, las florecillas blancas dibujadas en la tela desplegada me contaban las pequeñas alegrías de ser abuela, de cómo ponía el cuidado de la vida en sus nietos y nietas, rescató en unos minutos a la niña que ella también fue un día, y que pude ver por el brillo de sus ojos. Pensé que hay personas que se despliegan y se abren igual que un abanico, y que al agitarse desprenden una brisa tibia que lo cubre todo. Y recuerdo el primer abanico que tuve en mis manos, y me vuelvo pequeña para asistir a mi segundo día de colegio, el primero lloré tanto que desde dirección llamaron a mi madre. Al día siguiente, decidida a actuar de la misma forma, una profesora se acercó a mí y hablándome de forma dulce, me señaló un mural de cartulina en el cuál había sujeto con chinchetas un abanico construido con palitos de polos de helado, (de aquellos helados con sabor a naranja y a limón que a mi tanto me gustaban) decorado en papel con dibujos de margaritas. La maestra me dijo que si no lloraba, aquel abanico sería mío. Así que subiéndose a una silla, retiró las chinchetas y me regaló el rústico abanico. Aquella maestra también se desplegó hacia mí como lo hace un abanico al abrirse, dejando ese ambiente cálido que hizo que amara la escuela.

Y el otoño aparece con las primeras hojas en el suelo y anuncia que el frío nos plegará como cualquier abanico en todas sus dobleces, abriré mi cajón y guardaré el abanico de Ana, pero a la vez sacaré aquel de mi infancia que no se ha plegado nunca a pesar del tiempo transcurrido y que me enseña a descubrir cosas nuevas cada día.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Recuerdo mi primer dia de colegio... como no teniamos lapices ni nada, mi profesora para entretenernos se puso hacer mimica... cuando llegue a casa, mis hermanas me preguntaron que habia hecho en el cole, yo me puse a mover los brazos intentando imitar a mi profesora... y mi hermana mayor solto: Anda, el primer dia y ya han hecho gimnasia!
PD: Tambien te llevaste el abanico de palos de helado?... eres tremenda, escritora.

Brisa de Venus dijo...

Jajaja, es que el deporte es imprescindible...
por lo menos tú te quedaste el primer día, yo como soy muy interesada hasta que no me dieron el abanico no me quedé,y es que no tengo remedio...

Un beso, querida anónima.